Hoy querría decirte que te quiero, que el tiempo no todo lo cura como dicen las canciones, que tengo una foto tuya conmigo en brazos junto al ordenador de Colorín en la que me miras con ternura y te miro como un bebé mira a su padre, que te echo de menos cada segundo incluso cuando ni siquiera estoy pensando en ti.
Que hablo de ti con orgullo, que te he idealizado, ¿y qué más da digo yo si total, la historia es lo que recordemos de ella? Que juraría que yo ya sería más alta que tú, pero siempre seré más pequeña. Que daría todo el oro del mundo por invitarte a comer a casa hoy, porque conocieras a Juanjo, porque vieras que al final tantas clases de teatro hicieron que tuviera poca vergüenza en la vida, contarte que aún no tengo niños, pero los quiero y los querré aunque a ninguno pienso llamarle como tú, porque te quiero pero nunca me gustó tu nombre. Aunque les hablaré de ti. De lo que recuerdo y seguro que de algo que me invente para enseñarles alguna moraleja de la vida.
Que organizo bodas. Contra todo pronóstico. Ni abogada, ni política, ni ingeniera. Wedding planner. Que qué es eso. Ya, no sé papá, la vida está muy moderna y las profesiones también. Pero me gusta. Me hace feliz. De hecho, soy muy feliz. Aunque a veces llore sin saber por qué. Mi amiga Laura dice que es el mundo que nos desequilibra. Aunque ahora nos hemos apuntado juntas al gimnasio y vamos con la motivación de veinte ejércitos espartanos a darlo todo cada tarde.
Que recuerdo los domingos dando vueltas en la pista de hielo, que recuerdo tu frente detrás del periódico, que recuerdo cómo no medías lo que valían las cosas y me dabas 5000 pesetas para comprar chuches (también recuerdo los dolores de tripa que tenía después), que recuerdo ese cassette que se quedo enganchado en la radio de tu coche y que pasó de la cara a a la b sin fin durante muchos meses, que gracias a eso la música de El Hombre de la Mancha me recuerda a ti. ¡Quién se lo iba a decir a Paloma San Basilio!
Que recuerdo como hacías que los demás se rieran y tu risa....recuerdo tu risa, el chiste de la empanada que nos pudiste contar un millón de veces, siempre igual, siempre el mismo y siempre te reías, que recuerdo las siestas que te echabas en el cine a nuestro lado y cómo teníamos que despertarte porque El Libro de la Selva había terminado un fin de semana más, recuerdo cómo sufrimos andando por París mientras mi hermana no quería perderse una sola esquina de un solo museo y cómo gracias a eso pude arrasar en EuroDisney. Recuerdo los viajes, recuerdo los aperitivos, recuerdo el vermut y los berberechos, recuerdo las tiendas de campaña en la parte de atrás de tu coche, recuerdo los tres helados que me compraste y fui tirando uno a uno porque no me gustaban, recuerdo cuando llegabas de Galicia con un cargamento de pan, carne, bollos y orujo. Recuerdo cómo enseñabas a María a conducir por aquel descampado mientras yo os miraba desde el asiento de atrás sin perderme un consejo.
Y te eché de menos cuando cumplí 18 años, porque ibas a regalarme dieciocho rosas como a mi hermana. Pero tranquilo, que mamá se ocupo de hacerlo por ti. Y te eché de menos cuando pasaba por la calle Don Pedro y veía tu casa. Y te eché de menos cuando conocí a Juanjo. Y te eché de menos cuando fui al altar del brazo de mi suegro, por eso busqué una iglesia a solo 100 metros de tu puerta. Porque pensé que estarías más cerca. Y te eché de menos cuando María tuvo a Carmen. Porque sé que te habrías emocionado y no recuerdo haberte visto emocionado.
Y te echo de menos cuando miro a mi hermano mayor. Y te echo de menos cuando me preguntan por mis manos o mis pies. Y te echo de menos cuando algo no va bien o me siento perdida. Y te echo de menos cuando es 19 de marzo y querría poder regalarte una corbata más. Y te echo de menos cada minuto de mi vida.
¡Feliz Día del Padre!
Que hablo de ti con orgullo, que te he idealizado, ¿y qué más da digo yo si total, la historia es lo que recordemos de ella? Que juraría que yo ya sería más alta que tú, pero siempre seré más pequeña. Que daría todo el oro del mundo por invitarte a comer a casa hoy, porque conocieras a Juanjo, porque vieras que al final tantas clases de teatro hicieron que tuviera poca vergüenza en la vida, contarte que aún no tengo niños, pero los quiero y los querré aunque a ninguno pienso llamarle como tú, porque te quiero pero nunca me gustó tu nombre. Aunque les hablaré de ti. De lo que recuerdo y seguro que de algo que me invente para enseñarles alguna moraleja de la vida.
Que organizo bodas. Contra todo pronóstico. Ni abogada, ni política, ni ingeniera. Wedding planner. Que qué es eso. Ya, no sé papá, la vida está muy moderna y las profesiones también. Pero me gusta. Me hace feliz. De hecho, soy muy feliz. Aunque a veces llore sin saber por qué. Mi amiga Laura dice que es el mundo que nos desequilibra. Aunque ahora nos hemos apuntado juntas al gimnasio y vamos con la motivación de veinte ejércitos espartanos a darlo todo cada tarde.
Que recuerdo los domingos dando vueltas en la pista de hielo, que recuerdo tu frente detrás del periódico, que recuerdo cómo no medías lo que valían las cosas y me dabas 5000 pesetas para comprar chuches (también recuerdo los dolores de tripa que tenía después), que recuerdo ese cassette que se quedo enganchado en la radio de tu coche y que pasó de la cara a a la b sin fin durante muchos meses, que gracias a eso la música de El Hombre de la Mancha me recuerda a ti. ¡Quién se lo iba a decir a Paloma San Basilio!
Que recuerdo como hacías que los demás se rieran y tu risa....recuerdo tu risa, el chiste de la empanada que nos pudiste contar un millón de veces, siempre igual, siempre el mismo y siempre te reías, que recuerdo las siestas que te echabas en el cine a nuestro lado y cómo teníamos que despertarte porque El Libro de la Selva había terminado un fin de semana más, recuerdo cómo sufrimos andando por París mientras mi hermana no quería perderse una sola esquina de un solo museo y cómo gracias a eso pude arrasar en EuroDisney. Recuerdo los viajes, recuerdo los aperitivos, recuerdo el vermut y los berberechos, recuerdo las tiendas de campaña en la parte de atrás de tu coche, recuerdo los tres helados que me compraste y fui tirando uno a uno porque no me gustaban, recuerdo cuando llegabas de Galicia con un cargamento de pan, carne, bollos y orujo. Recuerdo cómo enseñabas a María a conducir por aquel descampado mientras yo os miraba desde el asiento de atrás sin perderme un consejo.
Y te eché de menos cuando cumplí 18 años, porque ibas a regalarme dieciocho rosas como a mi hermana. Pero tranquilo, que mamá se ocupo de hacerlo por ti. Y te eché de menos cuando pasaba por la calle Don Pedro y veía tu casa. Y te eché de menos cuando conocí a Juanjo. Y te eché de menos cuando fui al altar del brazo de mi suegro, por eso busqué una iglesia a solo 100 metros de tu puerta. Porque pensé que estarías más cerca. Y te eché de menos cuando María tuvo a Carmen. Porque sé que te habrías emocionado y no recuerdo haberte visto emocionado.
Y te echo de menos cuando miro a mi hermano mayor. Y te echo de menos cuando me preguntan por mis manos o mis pies. Y te echo de menos cuando algo no va bien o me siento perdida. Y te echo de menos cuando es 19 de marzo y querría poder regalarte una corbata más. Y te echo de menos cada minuto de mi vida.
¡Feliz Día del Padre!